Cuando hablamos de la vida de Felice Beato es difícil hacerlo en términos absolutos. Nació en 1833, o tal vez en 1834, en la Isla de Corfu. Aunque actualmente pertenezca a Grecia, por aquel entonces se trataba de un enclave británico, pero anteriormente había formado parte de Venecia. Ese es el motivo por el que los padres de Felice eran italianos.
Cuando, a sus diecisiete años, compró su primera (y única) cámara en París, no imaginaba que se convertiría en uno de los pioneros del fotoperiodismo.
Pasaron diez años desde ese momento hasta que se estableció en Japón, pero fue una década muy intensa. Comenzó a viajar por el mediterráneo: Constantinopla, Malta y Grecia. Después pasó por Jerusalén, justo antes de convertirse en uno de los primeros reporteros de guerra al ir a cubrir la Guerra de Crimea. Continuó su periplo por la Rebelión India y la Segunda Guerra del Opio.
Beato coloreaba sus fotografías a mano haciendo de cada una de ellas una pequeña obra de arte.
Felice retrató Samuráis.
Geishas.
También en las mujeres.
Y mostró la vida cotidiana japonesa del sigo XIX.
Resulta increíble que consiguiera llegar a tantos lugares y conseguir escenas tan íntimas con lo inaccesible que era para los extranjeros el Japón en el período Edo.
En 1866 un incendio arrasó gran parte de la ciudad de Yokohama. Beato perdió su estudio y gran parte de sus negativos.
Vivió una época de transición en Japón, la época de la Restauración Meijí, en la que el país nipón se abría mientras el fotógrafo tenía la opción de capturar el proceso con su cámara.
El 1896 vendió todo y se marchó a Birmania. Un diario japonés dijo que se había arruinado en el mercado de la plata de Yokohama.
FUENTE: Playground